La artritis reumatoide es una enfermedad relativamente frecuente (aproximadamente una de cada 100 personas). Afecta más a las mujeres que a los hombres y puede comenzar a cualquier edad, aunque habitualmente aparece en edades medias de la vida.
Causa.
El origen es desconocido, aunque se sabe que la inflamación sinovial se produce por un mecanismo autoinmune. Existe, además, cierta predisposición hereditaria a padecer esta enfermedad.
Síntomas.
Las articulaciones más frecuentemente afectadas son las de las muñecas de las manos y los pies, generalmente de forma simétrica. Los hombros, codos, caderas, rodillas y columna cervical también suelen participar en la enfermedad.
Los síntomas principales son el dolor, la inflamación (hinchazón, enrojecimiento, calor) y la rigidez articular que, característicamente, empeoran durante el reposo y conducen, con el tiempo, a deformidad y limitación de la movilidad de las articulaciones implicadas.
La inflamación mantenida de la membrana sinovial daña el cartílago articular y las estructuras blandas periarticulares, como tendones, bursas y ligamentos (inflamación y rotura). Estas lesiones, además de contribuir a las deformidades, pueden dar lugar a síntomas (dolor, limitación funcional) añadidos a los de la artritis.
La artritis reumatoide se manifiesta fundamentalmente en las articulaciones. Sin embargo, es una enfermedad generalizada que puede afectar también a otros órganos ajenos al aparato locomotor, como el corazón, aparato respiratorio, sistema nervioso, ojos, piel. Además, son frecuentes los síntomas generales, como pérdida de peso, cansancio, falta de apetito y fiebre.
Diagnóstico.
Se basa en la historia clínica y la exploración física. Ciertos análisis especiales de sangre y líquido sinovial y la radiología simple aportan información muy útil para el diagnóstico y seguimiento de esta enfermedad. La ecografía es importante para evaluar la inflamación de la membrana sinovial y las lesiones del cartílago artícular y de los tendones, bursas y ligamentos periarticulares.
En las fases iniciales de la enfermedad, en muchos pacientes los hallazgos clínicos, analíticos y radiológicos son muy vagos e imprecisos, lo que dificulta el diagnóstico, sobre todo para médicos no entrenados en este tipo de enfermedades. El reumatólogo, por su especialidad en enfermedades reumáticas, es el médico más apto para reconocer precozmente la presencia de una artritis reumatoide, lo cual tiene mucha importancia en el pronóstico de la enfermedad.
Evolución y pronóstico.
La artritis reumatoide es una enfermedad crónica. Esto quiere decir que puede persistir mucho tiempo, incluso toda la vida, aunque también es perfectamente posible que dure sólo unos años o meses.
La evolución más frecuente de la enfermedad es en brotes, de actividad, duración e intensidad variables, separados por periodos de pocos o ningún síntoma.
En la mayoría de los pacientes el pronóstico de la artritis reumatoide es bueno. Sin embargo, un porcentaje considerable sufrirá una incapacidad, moderada a importante, para llevar una vida normal. Es imprescindible un diagnóstico y tratamiento tempranos con el fin de que aquellos pacientes con enfermedad más agresiva desarrollen la menor invalidez posible.
Tratamiento.
El objetivo del tratamiento es eliminar o aliviar los síntomas y mantener la mayor función articular a lo largo de la enfermedad, para que la incapacidad, si se produce, sea la menor posible.
Normas generales.
La información amplia y asequible al paciente y la buena comunicación entre éste y el reumatólogo contribuyen enormemente a favorecer la buena evolución de cualquier enfermedad pero especialmente de aquéllas con carácter crónico, como la artritis reumatoide.
Es aconsejable llevar una vida relativamente tranquila y evitar la actividad física o psíquica excesiva. Asimismo, el paciente no debe practicar deportes con riesgo importante de traumatismos ni, en general, cualquier deporte de competición.
La dieta debe ser rica y variada, como la de cualquier persona. Sin embargo, hay que controlar el peso, ya que la obesidad supone una sobrecarga añadida a las articulaciones de los miembros inferiores, con frecuencia dañadas por la enfermedad.
Protección articular.
El objetivo es evitar o retrasar la aparición de deformidades articulares.
El sobreuso de una articulación inflamada favorece el desarrollo de lesiones irreversibles. Por ello, mientras las articulaciones estén inflamadas han de permanecer en reposo, el cual disminuye la inflamación y alivia el dolor. El empleo, continuo o intermitente, de férulas es muy útil para lograr el reposo articular.
El paciente ha de mantener todo el día sus articulaciones en posición funcional. Durante la jornada laboral, la posición de la espalda debe ser recta en el asiento, evitando malas posturas prolongadas, como el cuello o la espalda inclinados. En el trabajo, fuera y dentro de casa, no es recomendable realizar movimientos repetitivos ni que exijan fuerza con las manos (retorcer ropa, limpiar con fregonas, abrir tapaderas de rosca…). Es aconsejable disponer de utensilios especiales (ortopedias) para las tareas domésticas.
Un calzado adecuado, elástico, firme y con refuerzo en el talón, es fundamental. En algunos pacientes está indicado, además, el uso de plantillas específicas.
Durante el reposo nocturno es preciso evitar que las articulaciones permanezcan dobladas. Es recomendable poner una tabla bajo el colchón y una almohada baja en la cama. Sin embargo, es perjudicial poner una almohada o cojín bajo las rodillas. Las férulas de uso nocturno ayudan a mantener una posición adecuada de las articulaciones.
Tratamiento farmacológico.
Es necesario disminuir rápidamente la inflamación para aliviar el dolor y prevenir las limitaciones y la anquilosis y las deformidades articulares. Los antiinflamatorios no esteroideos y los corticoides son las medicinas que logran este objetivo a corto plazo.
Existe otro grupo de fármacos (sales de oro, metotrexato, antipalúdicos, D-penicilamina, sulfasalacina…) que se utilizan en el tratamiento de la artritis reumatoide con el fin de detener o enlentecer la progresión de la enfermedad a largo plazo. Su eficacia es variable en cada paciente, pero, en general, es mayor cuanto más precozmente se administren.
Por este motivo, es muy importante que la artritis reumatoide sea identificada por un experto en enfermedades reumáticas desde su comienzo y no se pierda un tiempo precioso en diagnosticarla o en tratarla de forma no adecuada, que puede empeorar considerablemente y el pronóstico. Los pacientes que reciben estos medicamentos requieren un control estricto periódico por el reumatólogo con objeto de prevenir, detectar y remediar posibles efectos secundarios graves.
La inyección (infiltración) ocasional de corticoides dentro de una o varias articulaciones se realiza, con buenos resultados, cuando la inflamación de éstas es rebelde al tratamiento general. En la inflamación de tendones o bursas periarticulares también están indicadas las infiltraciones con corticoides.
Tratamiento rehabilitador.
Calor, frío…
La hidroterapia y las distintas modalidades de aplicación de calor son eficaces, aliviando el dolor y la rigidez articular. Es conveniente recibir una ducha o baño caliente al levantarse por la mañana, ya que es en este momento del día cuando más acusado es el dolor y, sobre todo, la rigidez articular.
Ejercicios terapéuticos.
Los ejercicios mejoran la movilidad articular, aumentan el tono y fuerza muscular y contribuyen a la prevención de deformidades.
La fisioterapia debe individualizarse según el paciente y la fase, activa o inactiva, en la que se encuentre la enfermedad. En general, pasear, nadar y montar en bicicleta por terreno llano son ejercicios recomendables en periodos de poca inflamación articular. Incluso en fases de inflamación articular, aunque no se deba mover la articulación afectada, es deseable mantener una buena musculatura periarticular. Esto se logra mediante los llamados “ejercicios isométricos”, que consisten en contraer los músculos sin realizar ningún movimiento.
Tratamiento quirúrgico.
En algunos pacientes, durante la evolución de la enfermedad es necesaria la cirugía. Generalmente, el objetivo es reparar articulaciones irreversiblemente dañadas para recuperar o mejorar su función.
Debido a la complejidad del tratamiento integral el paciente con artritis reumatoide, en el periodo previo e inmediatamente posterior a la cirugía el reumatólogo debe colaborar estrechamente con el cirujano ortopeda.