La espondilitis anquilosante es una enfermedad reumática inflamatoria crónica que afecta fundamentalmente a las articulaciones de la columna vertebral, las cuales tienden a soldarse entre sí, con distinto grado de limitación de la movilidad como consecuencia.

Es una enfermedad frecuente, sobre todo en la raza blanca (0,4% de la población). Habitualmente aparece en varones entre 20 y 30 años de edad. En mujeres es menos frecuente y suele ser más leve.

La espondilitis anquilosante se presenta como enfermedad aislada la mayoría de las veces, aunque, en algunos casos, puede asociarse a una enfermedad de la piel denominada psoriasis o a enfermedades inflamatorias del intestino.

La columna vertebral constituye el eje óseo del tronco y sostiene el cráneo. De la columna salen las cuatro extremidades y la caja torácica, que es el estuche óseo que rodea y protege el corazón, los pulmones y los grandes vasos sanguíneos y realiza los movimientos respiratorios.

La columna vertebral está formada, de arriba a abajo, por las vértebras cervicales (cuello), vértebras dorsales (con las que se articulan las costillas para formar la caja torácica), vértebras lumbares, el sacro y el cóccix. El sacro, a su vez, se une al resto de la pelvis por medio de las articulaciones sacroiliacas.

Las articulaciones sacroiliacas son muy importantes porque se afectan característicamente por la espondilitis anquilosante y, además, suelen ser las primeras en inflamarse en esta enfermedad. Tras ellas, la inflamación puede implicar a otras articulaciones existentes entre las vértebras. Todas estas inflamaciones articulares tienden, con el tiempo, a fusionar o soldar las vértebras entre sí. Este proceso da lugar a una anquilosis de la columna que se manifiesta como rigidez y disminución de la movilidad del tronco y de la caja torácica, más o menos acusada según el grado de anquilosis.

 

Causa.

Se barajan varias teorías, aunque todavía no se conoce la causa primaria de la enfermedad. Se sabe que la espondilitis anquilosante ocurre sobre todo en personas que poseen un marcador en sus glóbulos blancos, el antígeno HLA-B27, transmitido por herencia. Esto no quiere decir que todos los individuos con antígeno HLA-B27, ni siquiera los hijos de un padre con espondilitis, aunque sean HLA-B27 positivos, vayan a padecer la enfermedad. Solamente una minoría de personas HLA-B27 positivas, familiares o no de pacientes espondilíticos, desarrollarán la enfermedad.

 

Síntomas.

El síntoma inicial suele ser dolor lumbar (lumbalgia) de instauración lenta y progresiva, debido a la inflamación de las articulaciones sacroiliacas y vertebrales.

La lumbalgia de estos pacientes es típicamente “inflamatoria”, en contraposición a la lumbalgia “mecánica”, cuyo origen es muy distinto, generalmente muscular o por artrosis. La lumbalgia inflamatoria se caracteriza por empeorar con el reposo, mejorar con el ejercicio suave y acompañarse de rigidez matutina (tras levantarse de la cama), de duración variable y que disminuye al “entrar en calor” (realizar movimientos de la columna vertebral). Es muy típico de los pacientes espondilíticos que, tras unas horas de reposo nocturno en la cama, el dolor lumbar les despierte y les obligue a caminar por la habitación, maniobra con la que el dolor desaparece o se alivia. Esto mismo ocurre tras permanecer un tiempo prolongado sentados. El dolor lumbar, con frecuencia, se irradia hacia una o las dos nalgas o zona posterior de los muslos, pudiendo confundirse con una ciática. Según evoluciona la espondilitis, los pacientes pueden presentar dolor en otras regiones de la columna, como el cuello o la zona dorsal.

El dolor en la columna vertebral se acompaña de rigidez y limitación de la movilidad de las zonas afectadas de ésta y, generalmente, también de los movimientos respiratorios de la caja torácica.

En algunos pacientes, a los síntomas descritos previamente puede añadirse dolor e inflamación de las articulaciones (artritis) de las extremidades, sobre todo de las inferiores (caderas, rodillas, tobillos, articulaciones de los dedos de los pies).

Con relativa frecuencia, la enfermedad produce inflamación de distintas capas del ojo (uvetis), que se manifiesta como dolor y enrojecimiento ocular y, en algunos casos, disminución de la visión. Más raramente puede haber lesiones pulmonares o cardiacas.

La pérdida de movilidad de las articulaciones de la columna dorsal con la caja torácica da lugar a una rigidez del tórax con reducción secundaria de los movimientos respiratorios. Esto puede dañar la función de los pulmones, sobre todo si el paciente además es fumador.

 

Diagnóstico.

En el diagnóstico precoz que hoy se hace de la espondilitis anquilosante ha influido mucho la presencia en la sanidad de reumatólogos, especialistas sensibilizados a la enfermedad y profundamente conocedores de ella.

El diagnóstico se basa en la historia clínica y la exploración física del paciente. Las radiografías suelen confirmar el diagnóstico. Algunos análisis especiales son útiles para apoyar el diagnóstico o para el seguimiento del paciente.

 

Evolución y pronóstico.

Afortunadamente, hoy día la mayoría de los pacientes espondilíticos evolucionan favorablemente gracias al diagnóstico precoz de la enfermedad y la consiguiente instauración temprana del tratamiento adecuado. Son pocos los pacientes que desarrollan anquilosis y rigidez de toda la columna o artritis deformante de las articulaciones de las extremidades.

La evolución de la enfermedad suele ser en brotes de dolor lumbar, acompañado o no de artritis en los miembros, de mayor o menor duración, separados por periodos sin o con mínimos síntomas. Generalmente, el paso del tiempo juega a favor del paciente porque, con la edad, los brotes suelen distanciarse y ser cada vez más leves. Sin embargo, no hay que olvidar que cada brote puede dejar secuelas en la columna vertebral.

La afectación ocular habitualmente no es grave ni deja secuelas en la vista. Aun en los casos severos o rebeldes al tratamiento, el empleo de nuevos medicamentos ha mejorado notablemente el pronóstico oftalmológico de estos pacientes.

 

Tratamiento.

El tratamiento de la espondilitis anquilosante es eficaz en el control de la enfermedad, reduciendo o eliminando, según los casos, los síntomas y las secuelas. No existe un tratamiento curativo, pero con las medidas terapéuticas actuales la mayoría de los pacientes logran una buena calidad de vida.

El tratamiento incluye la administración de medicamentos en fases de actividad de la enfermedad y, muy importante, la rehabilitación permanente, orientada a fortalecer la espalda para evitar la rigidez y la pérdida de movilidad de la columna vertebral.

 

Normas generales.

Es recomendable que el espondilítico mantenga un buen nivel de actividad física y que evite el sedentarismo.

Los pacientes fumadores deben abandonar el tabaco, por el importante deterioro en la función pulmonar que añade al producido por la rigidez de la caja torácica.

 

Protección articular.

Las medidas de protección, en esta enfermedad orientadas fundamentalmente al cuidado de la espalda, tienen como finalidad contrarrestar la rigidez y deformidades que se pueden producir en su evolución. En los pocos pacientes en los que las vértebras se sueldan, la columna ha de quedar en una posición de extensión, no de flexión hacia adelante, para que se capacidad funcional sea la máxima posible.

Debido a que al inicio de la enfermedad no es posible saber qué espondilíticos evolucionarán con muy poca afectación de la columna y cuáles, aunque sean una minoría, desarrollarán anquilosis vertebral, todos los pacientes desde el momento del diagnóstico deben cumplir estrictamente estas normas básicas, así como realizar de rutina los ejercicios de rehabilitación. Es necesario mantener una postura correcta durante el trabajo y el descanso, tanto diurno como nocturno. El colchón de la cama ha de ser duro. El mantenimiento de una posición correcta de la espalda debe lograrse prestando atención continua a las posturas que se adoptan y mediante el fortalecimiento de los músculos. No es aconsejable, por el contrario, el uso de corsés o fajas rígidas para sujetar o inmovilizar la columna, porque, aunque momentáneamente pueden aliviar el dolor, debilitan y atrofian los músculos, que es justo el efecto contrario al deseado.

El espondilítico que tenga que conducir un tiempo prolongado se beneficiará de parar y “estirar las piernas” con frecuencia durante el viaje.

 

Tratamiento farmacológico.

Se emplean, sobre todo, antiinflamatorios no esteroideos, que consiguen suprimir o reducir el dolor y la inflamación articular. Estos medicamentos permiten, por lado, una buena calidad de vida del espondilítico y, no menos importante, al aliviar el dolor, poder realizar los ejercicios de rehabilitación tan necesarios para estos pacientes.

Para tratar la inflamación de articulaciones de las extremidades son eficaces las infiltraciones intraarticulares ocasionales con corticoides.

 

Tratamiento rehabilitador.

Cinesiterapia

Calor, hidroterapia.

Son útiles en fases activas de la enfermedad para aliviar el dolor y disminuir las contracturas musculares.

 

Cinesiterapia.

La prevención de la anquilosis y la rigidez de la columna y la caja torácica requiere la práctica de ejercicios de forma regular y constante (excepto en periodos muy activos de la enfermedad, con mucho dolor). Es muy importante, para ello, que el paciente se conciencie de la absoluta necesidad de realizar los ejercicios que se le indiquen, desde el momento del diagnóstico y durante toda su vida, porque es el arma más eficaz que posee para mantener una movilidad de la espalda y del tórax lo más cercana a la normal y luchar contra las deformidades y la invalidez.

La cinesiterapia tiene como objetivo fortalecer la musculatura paravertebral (de la espalda), abdominal y de la pelvis y muslos.

Son recomendables los deportes que favorecen el fortalecimiento y la extensión de la espalda. El mejor y más completo para el espondilítico es la natación. Deben evitarse deportes con riesgo de golpes y caídas (fútbol, baloncesto, boxeo…) y los que exijan mantener la espalda flexionada (golf, remo, bicicleta de carreras…).

 

Tratamiento quirúrgico.

Ocasionalmente puede estar indicada la cirugía reparadora de articulaciones muy dañadas, fundamentalmente las caderas.