En un contexto de dolor físico y emocional, el enfermo afronta el diagnóstico con un cierto alivio tras una larga y penosa etapa de incertidumbre y con el temor de enfrentarse a una enfermedad que sabe de antemano va a cambiar su vida y la de los que le rodean.

Las asociaciones de enfermos, surgidas en toda nuestra geografía, sensibles al impacto emocional que se produce tras el conocimiento de la enfermedad, proporcionan en muchas de las ocasiones el primer apoyo al paciente y a su entorno, llevando a cabo un asesoramiento específico sobre tratamientos validados y compartiendo información de forma adecuada y comprensible para la persona afectada. Las asociaciones constituyen a su vez un positivo cauce de relación entre los enfermos y sus familias, que favorece la readaptación a un entorno familiar.